Ejemplos como los de la ordenanza 387 de Miraflores se deberían replicar en todo el Perú.

La revista Poder publicó  hace algunas semanas un interesante reportaje sobre la iniciativa que ha llevado adelante la Municipalidad de Miraflores para tomar el toro por las astas y enfrentar con medidas e incentivos reales el deterioro histórico-cultural que viene sufriendo su distrito a raíz del abandono y destrucción de las tradicionales casonas. Pongámonos en el caso de Juan, un ciudadano común y corriente del distrito cuyos padres acaban de fallecer y le han dejado en herencia una vieja casona del año 1900 en algún barrio tradicional miraflorino.

El incentivo más lógico de este noble ciudadano sería, pues, vender aquella vieja y polvorienta casona por una fortuna a una gran inmobiliaria y, de esa manera, ahorrarse el hecho de tener que buscarle alguna finalidad productiva (como ponerla en valor para otras finalidades culturales). Total, “qué importa una casona vieja menos” pensará. Otro escenario es en el que entra el Estado (y por tanto se agrava la situación), declara la casona patrimonio histórico y, entonces, el propietario ve reducido el valor de su predio en un alto porcentaje. En todos los casos el propietario pierde con la casona, es decir, hoy en el Perú no es económicamente rentable tener una casona con valor histórico-cultural y, por tanto, racional el deshacerse de ella lo antes posible. Y, pues, qué mejor remedio que vendérsela a una prospera empresa constructora para edificar un moderno edificio y, de paso, quedarme con uno de los vastos departamentos.

Sin embargo, en Miraflores, y además en concordancia con modelos que ya han tenido bastante acogida en diversos países, la municipalidad encontró una forma de hacer racional y lucrativo el negocio de conservar aquella casa que en otras circunstancias podía resultarnos hasta un estorbo. Con la ordenanza 387 la Municipalidad de Miraflores le permite a las casonas que son declaradas de importancia histórico-cultural para el distrito vender a las inmobiliarias el derecho que tienen “sobre los aires”, dependiendo de la normativa de construcción de la zona, para que estas puedan usarlo en otras construcciones que tengan en zonas distintas. Es decir, de pronto una casona que parecía un estorbo se vuelve un negocio rentable que le puede vender sus derechos de construcción sobre los aires (hasta la altura permitida) a otra construcción que ya haya alcanzado su tope máximo permitido.

Sin embargo, este derecho no viene gratis. Sino que, por supuesto, viene bajo la obligación del propietario de la casona de conservarla en buen estado y, sobre todo, garantizar que en un futuro ya no será atractiva para ninguna inmobiliaria, pues ya no tendrá disponible la posibilidad de construir ningún edificio en tanto vendió su derecho sobre los aires. Con esta medida se concentran en altura determinadas zonas que pre-establece la municipalidad a cambio de conservar las casonas en determinadas zonas tradicionales del distrito. Generándose una armonía entre la conservación y la modernidad y, sobre todo, generando incentivos económicos para esta.

Iniciativas como esta, que por el momento se han tomado solo en el distrito de Miraflores, podrían bien replicarse, y quizá con un mucho mayor impacto no solo cultural sino social, en otros distritos de nuestra capital e incluso de nuestro país. Es cuestión de que los municipios determinen bien las zonas en las cuales se podría exceder del limite máximo comprando los aires de casonas antiguas, y delimitando bien, además, los parámetros para determinar qué casonas entran en esta ordenanza y cuáles no. Esta parte es crucial para evitar negociados típicos como los que suelen ocurrir en el Estado, o simplemente para evitar la arbitrariedad que inevitablemente viene con la planificación central. Es un trabajo que tiene que ser muy pulcro y detallado, pues, para variar, en nuestro país siempre se ha intentado sacarle la vuelta a ley de cualquier forma. Sin embargo, lo hecho debe ser mejorado e implementado en otras zonas del país, tomando en cuenta sobre todo que el Perú  es un país con una enorme riqueza arquitectónica que hemos venido perdiendo poco a poco. Algunos ejemplos son la casona Marsano, el Palacio de las tradiciones en la avenida Salaverry, entre otros. La municipalidad de Lima se comprometió a implementar una ordenanza similar y, sin embargo, hasta la fecha no se ha cumplido. Como tantas otras buenas iniciativas, esperemos que esta pueda replicarse y crecer.

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