El mercado y los desastres naturales

"¿Es responsabilidad del mercado reconstruir ciudades afectadas por los desastres?, ¿el mercado es una herramienta para solucionar problemas específicos? Y quizá la pregunta más importante, ¿qué es el mercado?"

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Por Robinson Olivera Mendieta, abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú y Magíster en Derecho de la Empresa por la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Los fenómenos de la naturaleza son neutrales. No tienen la intención de generar daño. Cuando un fenómeno de la naturaleza se produce en un espacio geográfico donde se ha asentado un grupo de seres humanos, puede provocar efectos devastadores. Cuando eso ocurre, se le etiqueta como desastre natural.

Adicionalmente al daño que pueda generar un fenómeno de la naturaleza, estos efectos pueden agravarse por decisiones del gobierno de turno, con lo cual la magnitud del daño se incrementa, no por el fenómeno en sí, sino por las decisiones desacertadas del gobernante.

Por ejemplo, es usual que cuando ocurre un desastre natural las actividades comerciales puedan sufrir problemas en la cadena de abastecimientos y que se genere escasez de bienes de primera necesidad como los alimentos.

Vamos a proponer un escenario hipotético, en el cual se produjo un desastre natural y tenemos un bien al que vamos a denominar “X”, que se considera de primera necesidad, el cual, a consecuencia del desastre, empieza a escasear.

Ese bien “X” tenía un costo aproximado de 5 dólares antes del desastre. Los proveedores que tienen unidades disponibles del bien “X” en su almacén, descubren que, bajo las condiciones desencadenadas por el desastre natural, pueden vender todo su inventario a un precio de 20 dólares por unidad, con lo cual aun vendiendo a un precio incrementado en un 400%, saben que la demanda absorberá el recargo en el precio.

Como los proveedores conocen que aún elevando el precio en un 400% van a poder vender todo su inventario, por lo menos, tienen un incentivo económico para elevar el precio. Nadie los obliga a hacerlo, pero el incentivo económico existe.

Desconocemos las valoraciones morales que puedan tener cada uno de los proveedores al momento de decidir si va a elevar o no el precio. Lo que si conocemos es que existe un incentivo económico a vender a un precio por encima del precio usual.

Sin embargo, si los proveedores deciden elevar el precio muy por encima del precio usual, esa acción emite una señal al mercado puesto que la rentabilidad obtenida se convierte en atractiva para otros proveedores del bien “X” que se encuentren en otras localidades. Estos tendrán el incentivo a transportar su mercadería disponible hasta la localidad afectada por el desastre porque el alto precio compensaría los costos de transporte.

A su vez, esa alta rentabilidad también genera un incentivo en los empresarios que no producían ese bien para que empiecen a producirlos.

Por ello, la señal emitida en el mercado por la elevación del precio provoca 2 efectos: el primero es la introducción en el mercado local de proveedores provenientes de otras localidades y el segundo es la introducción de nuevos productores del bien “X” (esos empresarios que antes no producían el bien “X”, pero que ante la alta rentabilidad, decidieron empezar a producirlos).

Cuando se incremente la cantidad ofertada del bien “X”, el precio va a la baja, acercándose a su punto de equilibrio porque el bien se vuelve menos escaso. Simple interacción de las leyes de oferta y demanda.

¿En qué puede ayudar el Estado en mitigar la escasez? Restableciendo las vías de comunicación que puedan haber sido afectadas por el desastre natural, permitiendo que el mercado pueda abastecer, de forma más rápida, a la localidad afectada.

Sin embargo, si el Estado se entromete con una política gubernamental populista de control de precios, lo que se hace es eliminar la señal del mercado. Con lo cual ya no habría proveedores interesados en transportar sus productos porque perderían dinero. Así, tampoco habrían nuevos productores del bien “X”. Lo único que tendríamos sería burócratas que por medio de la policía o ejército empezarían a racionar las pocas unidades disponibles en la localidad afectada por el desastre; y la escasez se agravaría generando un mayor daño en la población afectada. El control de precios que establece un precio máximo genera escasez, y con ello vienen mecanismos de racionamiento (Mankiw, 2017, págs. 112-113).

Un Estado con economía deprimida, además de no tener bienes y servicios disponibles para comerciar, tampoco tiene suficientes fondos en el tesoro público para ayudar a los damnificados.

Hay que recordar que la riqueza de un Estado está representada por los bienes y servicios disponibles en su mercado, no por el dinero acumulado. Si solo se tiene dinero, sin bienes disponibles en circulación, en realidad no es riqueza, sino inflación, porque con ese dinero no se podría comprar bienes[2].

Sin ahorros en el tesoro público es imposible realizar el gasto, a menos que se piense en confiscar o expropiar a los seres humanos con más dinero, para compensar la falta de diligencia del Estado.

Algo que es sencillo de entender cuando hay interés por aprender, no se refleja en la regulación estatal. Detrás de la regulación están los abogados, y cuando estos no manejan conceptos económicos básicos, se sienten atraídos por buscar solucionar problemas solo mediante intervención directa del Estado.

El mercado, con frecuencia, es responsabilizado por situaciones en la que no tiene vinculación. El desconocimiento genera prejuicios, y los prejuicios nos llevan a conclusiones equivocadas. Por ejemplo, Peña (2012) ante la incompetencia del Estado por abordar eficientemente el proyecto de reconstrucción del sur luego del terremoto de Ica, apuntó sus críticas al mercado y afirmó que el fracaso en el proyecto de reconstrucción demuestra que la “mano invisible” que proponía Adam Smith no funciona.

En su artículo no desarrolla un concepto de lo que considera como mercado y tampoco ofrece algún nexo de causalidad entre mercado y el fracaso en la reconstrucción.

Para entender mejor el problema, conviene preguntarse previamente, ¿es responsabilidad del mercado reconstruir ciudades afectadas por los desastres?, ¿el mercado es una herramienta para solucionar problemas específicos? Y quizá la pregunta más importante, ¿qué es el mercado?

El mercado no tiene un objetivo deliberado propuesto por una persona en específico, sino es la representación de las miles de millones de interacciones que realizan los individuos en el planeta guiados por sus preferencias subjetivas. Algunos actuarán guiados por la caridad, otros actuarán guiados por el lucro.

Por eso se Hayek señala que en el mercado hay una planificación descentralizada, donde los seres humanos cooperan de acuerdo a sus circunstancias particulares de tiempo y lugar (von Hayek, 1983, pág. 160). En ese sentido, al mercado no se le puede atribuir un objetivo deliberado, porque no depende de una persona en específico.

Adam Smith no descubrió el mercado, puesto que el mercado representa la interacción entre personas. Lo que Adam Smith hizo fue describir la lógica bajo la cual las personas cooperan en el mercado. Dentro de esa descripción utilizó la alegoría de la mano invisible (Smith, 1994, pág. 554):

“(…) al orientar esa actividad para producir el máximo valor, él busca su propio beneficio; pero en este caso como en otros muchos, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si deliberadamente intentase fomentarlo”.

Por vínculos de amistad, familiaridad o por caridad un individuo puede estar motivado a regalar bienes a otros individuos, pero el que recibe la ayuda no puede de manera sostenible esperar desarrollar su proyecto de vida con la expectativa de esos regalos.

Una sociedad construida bajo la coacción de la solidaridad no solo es inmoral, sino inviable. Resulta inmoral porque la solidaridad es un sentimiento de desprendimiento que no puede ser forzado. De hecho, semánticamente resultan excluyentes los significados de solidaridad y coacción. Además, resulta inviable porque si los regalos son la regla, hay menos incentivos a producir y más incentivos a esperar ser destinatarios de esos regalos.

Entonces, ante la interrogante de cómo hacer que personas que no se conozcan, ni mantengan vínculos de amistad puedan cooperar, Adam Smith se percató que era el lucro el que incentivaba a la cooperación. De ahí la reflexión de Smith (1994, págs. 45, 46) de:

“El hombre, en cambio, está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente por su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. Esto es lo que propone cualquiera que ofrece a otro un trato. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bines que necesitamos. No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.

En un mercado libre la única manera que tiene el empresario para ganar dinero es satisfaciendo necesidades. Si un empresario decide no invertir en innovación va a quedar relegado frente a su competencia. La competencia promueve que los empresarios busquen innovar ofreciendo bienes de mejor calidad a menor precio, puesto que de esa manera podrán captar las preferencias de sus consumidores.

Es por eso que el lucro incentiva a que los empresarios busquen satisfacer mejor las necesidades de los consumidores. No porque necesariamente al empresario le interese genuinamente el bienestar de sus consumidores, sino porque si no lo hace, quedará relegado frente a la competencia, y su empresa quebrará. Es decir, en un mercado libre no interesa si el empresario es una buena o mala persona, porque si quiere ganar dinero de manera sostenible, no le queda otra opción que hacer feliz a los consumidores. Si bien, resulta deseable que el empresario como cualquier ser humano sea generoso y que su comportamiento sea guiado por objetivos nobles, dentro de un libre mercado se generan los incentivos para que aun siendo una mala persona tenga que actuar en beneficio de los consumidores.

Por el contrario, en un mercado regulado por un gobierno corrupto, resulta más barato corromper al funcionario para obtener privilegios legales (como imponer barreras de entrada a los competidores o aranceles a productos importados), en comparación, a lo que le costaría innovar para captar las preferencias de los consumidores. Un empresario en ese contexto podría preguntarse: “¿para qué innovar?, si puedo pagarle a un político para asegurarme consumidores”.

Por eso, tanto en situaciones normales como en situaciones donde se produzca un desastre natural que afecte a un grupo de seres humanos, es mejor tener un comercio en bonanza y no un país empobrecido a causa de la regulación.

Una regulación que no tiene en cuenta los incentivos económicos que genera es muy riesgosa, puesto que puede agravar los problemas que en teoría busca solucionar.


Peña Jumpa, Antonio (23 de agosto, 2012). A 5 años del desastre del sur. El fracaso de la “mano invisible” del mercado en la reconstrucción del sur. Recuperado de: http://ius360.com/columnas/antonio-pena-jumpa/a-5-anos-del-desastre-del-sur-el-fracaso-de-la-mano-invisible-del-mercado-en-la-reconstruccion-del-sur/

Mankiw, N. G. (2017). Principios de Economía (Séptima ed.). México, D.F.: Cengage Learning.

Smith, A. (1994). La riqueza de las naciones. Madrid: Alianza Editorial.

von Hayek, F. A. (1983). El uso del conocimiento en la sociedad. Estudios Públicos(12).

[2] Imaginemos que todos tengamos 1 millón de dólares en nuestro poder, y mantenemos la misma cantidad de bienes y servicios disponibles en la sociedad. ¿Seríamos más ricos? No. Porque los precios subirían. Es por ello que la riqueza está representada por los bienes y servicios disponibles.

Fuente de la Imagen: Vice

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