Por Jose Antonio Ferreyros, estudiante de psicología y analista de Mercado e Investigación del Consumidor de PsychoLAWgy.

Queremos saber cómo funciona el mundo. Confiamos ciegamente en nuestra razón y en nuestras capacidades cognitivas de primate africano lampiño (lo que somos genéticamente), observamos nuestro contexto e intentamos comprenderlo. Sin embargo, existen varios sesgos cognitivos, trampas de arena lógicas, que han sido contraproducentes para el desarrollo de la sistematización comprensiva de lo que percibimos (un dato interesante es que llamamos a esta sistematización comprensiva: “ciencia”). Lo que nos parece evidente, es decir lo que es cognitivamente siguiente a nuestra percepción, es lo que llamamos obvio y es la raíz del problema.

Una situación recurrente en el progreso histórico de la ciencia ha sido aceptar como obvias cosas que no son. Tomemos el ejemplo paradigmático de por qué la obviedad se parece más a una ilusión óptica que a un discernimiento certero: la gravedad. Aristóteles postuló que los cuerpos se movían hacia su “lugar natural”. Cualquier objeto pesado caía, se movía al centro del cosmos, “el piso” en su entendimiento, ya que ese era su lugar natural. De la misma forma, objetos menos pesados o densos como el vapor subían al cielo ya que Aristóteles entendía que ahí pertenecía el elemento, debido a su composición similar. Evidentemente, construye una teoría con las pocas herramientas que tiene para comprender el mundo -incluida su razón- las cuales aún no se dotaban del conocimiento científico moderno sobre la física. Aristóteles abstrajo características de cuerpos y del mundo desde su cognición que le parecían “obvias” para su sistematización de la gravedad y los cuerpos. Y fue así como, por casi dos milenios, la explicación del mundo físico se basó en “el estado natural de las cosas”. Curiosamente, la palabra “natural” en la explicación aristotélica es perfectamente intercambiable con “obvio”.

Se empezó a conocer la realidad cuando Galileo y Newton cuestionaron lo establecido como obvio. Vamos a un ejemplo paradigmático (los ejemplos son ideales para aterrizar cosas abstractas en situaciones concretas): La manzana que le cae a Newton en la cabeza. ¿Qué hay de interesante en eso? Históricamente han caído muchas cosas en cabezas, no tiene nada de particular y duele. Además, en el tiempo de Newton, eso ya tenía una explicación: fue el producto del retorno de una manzana a su lugar natural desde el árbol que la engendró. Gracias a que Newton no se quedó con la insuficiente explicación del status-quo, y gracias al trabajo inquisitivo de Galileo, se cuestionó lo obvio (que no sólo era cognitivamente obvio, también se había institucionalizado en el mainstream de la ciencia occidental) y posteriormente armaron nuestro entendimiento actual de la gravedad y el orden del sistema solar.

Resulta que el problema con lo obvio es el problema de nuestra percepción y cognición. Nuestra visión es quizá nuestro sentido predilecto, el sentido ‘básico’ para percibir la realidad para todas las personas que no son ciegas. Tenemos fe completa en lo que vemos, sin embargo, existen varias estructuras innatas “pre-programadas” en nuestra naturaleza humana que sesgan nuestra percepción visual del mundo y nos pueden llevar a “trampas de arena” lógicas. El desarrollo de la escuela psicológica de la Gestalt, a través de su inquisición sobre la percepción visual, concretó un conocimiento muy interesante sobre cómo el cerebro humano tiende a completar figuras incompletas. Instintivamente, debido a estructuras evolutivamente perfiladas que generan esta característica, tenemos fuerzas que interfieren en nuestra percepción hacia lo no-racional. Ejemplo puntual: en una figura en donde se ven 4 ángulos rectos solamente, alineados en la forma de un cuadrado, la mayoría de personas consultadas ve un cuadrado completo. Pongo el ejemplo del “cuadrado fantasma” para señalar que la percepción, en su calidad de sentido con mayor confianza percibida, está lleno de sesgos y estructuras cognitivas innatas al cerebro humano que alejan la comprensión de la realidad. Esto no significa que nuestra razón sea una ilusión o que todos tenemos fallas de fábrica; significa que, efectivamente, entender las cosas desde un lente “obvio” puede inducir el error.

¿Cómo se llega a una sistematización que predominó la ciencia occidental por 2,500 años (Física de Aristóteles) que es tan errónea? Somos seres imperfectos y maleables pero, ¿qué tan mal estamos realmente? ¿Cuáles son las cuestiones más influyentes en nuestra (ir)racionalidad?. En el estudio de la mente se es juez y parte, se estudiaba un objeto con el objeto mismo. Es decir, desde nuestras capacidades cognitivas se estudia la cognición. La mente se convierte en algo considerado como “obvio” y se presentaba como una máscara para que no sea detectado: estudiamos la obviedad desapercibida. Respondiendo a la pregunta sobre cómo un paradigma equivocado logró instaurarse como ciencia, dos sesgos cognitivos actúan en contra de nosotros aquí. El primero ya mencionado afecta nuestra visión y puede alejar a la percepción de la realidad. El segundo, más difícil de aislar, es uno de los muchos sesgos implícitos en nuestra racionalidad: lo que ves es todo lo que hay. Kahneman y Tversky desarrollaron en su teoría de una mente dual (dividida en dos sistemas, uno responsable de un “pensamiento rápido” y otro de un “pensamiento lento”) vías de procesamiento de la información diferenciadas. En síntesis, estructuras mentales del cerebro tienden a analizar la información presente (lo que se ve…), sólo la que se tiene en el momento, hilarla en una historia medianamente coherente, y al ser compacta, o al tener sentido en sí misma, considerarla como correcta (…es todo lo que hay). Esto pudo haber sido lo que Aristóteles (ir)racionalmente ideó al ver lo “obvio” de un objeto cayendo a lo que sería su lugar natural y la posterior sistematización de este evento quedó institucionalizada como ciencia por dos mil años. La idea de objetos pesados cayéndose a un elemento parecido a ellos como la tierra, e igualmente de vapores yendo hacia un lugar que está hecho de una sustancia análoga como el cielo, proviene en primer lugar de una percepción visual errada (el hecho que caiga “hacia abajo” no representa el plano físico como son los planetas o el sistema solar en realidad). Luego, las vías de procesamiento rápido del cerebro sienten coherencia plena en que los objetos regresen a su lugar “natural” (los objetos sólidos a la tierra y los gaseosos al aire). Con estos dos procesos de racionalización, se construye una idea errónea.

Ahora bien, evidentemente Aristóteles no contaba con las herramientas sofisticadas que tenían Newton y Galileo (ya que el Cálculo y los Telescopios fueron fundamentales en las revoluciones científicas que encabezaron). Sin embargo, el pensamiento mediante el cual llegó a la conclusión de sus leyes de la física están claramente afectadas por la irracionalidad innata de nuestra mente humana.

Algunos de los avances más importantes de la ciencia y de la comprensión del mundo en general estuvieron impulsados por personas que cuestionaron el status-quo, y empezaron a preguntar sobre el porqué de las cosas. Hay ejemplos cercanos a nuestra época: Noam Chomsky descubre la gramática generativa al cuestionar por qué era “obvio” lo que consideramos obvio. A través de experimentos en el proceso formativo del lenguaje humano, ve que los niños computan gramaticalmente oraciones que nunca han escuchado antes y así va descubriendo la estructura subyacente de la mente. Chomsky llega a esto al preguntarse por qué un niño que está aprendiendo a hablar diría “Yo no sabo” en vez de “yo no sé”, si es que nunca ha escuchado “yo no sabo” de un instructor antes, logrando conjugar correctamente un verbo (ya que “no sé” es una particularidad del español que no sigue la conjugación típica de verbos en primera persona) que no ha aprendido de otro. Así, lo percibido como “obvio” o no importante (como un error gramatical de un niño) es un paso fundamental en el descubrimiento de una mente muy compleja detrás del velo de la obviedad.

De la misma forma, uno de los descubrimientos más importantes recientes en el mundo de la economía lo hicieron los ya nombrados Kahneman y Tversky al cuestionar una de las premisas fundamentales -y erróneas- de esta ciencia. Se suponía, desde la teoría clásica económica, que el agente que emplea un análisis costo-beneficio es racional. Es muy difícil pensar que podríamos ser irracionales. Es decir, el mero hecho de pensar en términos de física, economía y demás campos debería hacernos considerar que nuestra mente y nuestros procesos mentales son sumamente inteligentes. Así, durante la mayoría del desarrollo de la economía, nunca se dudó sobre esta “obvia” premisa fundamental de racionalidad. Sólo cuando se hizo un “análisis de la obviedad” al igual que Chomsky, siendo juez y parte, analizando la racionalidad desde nuestro raciocinio, se descubren las heurísticas y estructuras biológicas innatas humanas que nos empujan a la toma de decisiones irracionales. Es precisamente por eso que lo mal llamado “obvio” siempre fue un velo para entender lo más central (y quizá más complejo) de nuestro universo. Detrás de este velo se escondió la comprensión de las leyes básicas del movimiento, gravedad y atracción. Y de la misma manera, se escondió la verdadera forma de la mente humana: tan racional como irracional.

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