Por Alejandra Infantes, analista de Mercado & Psicología del Consumidor de PsychoLAWgy, bachiller de Derecho y estudiante de Psicología de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa.

  “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” El zorrito en El Principito de Antoine de Saint-Exupéry

Los cinéfilos recordamos aquella escena de Forest Gump en que su madre tiene relaciones con el director de la escuela para que le suban cinco puntos en la prueba de inteligencia y de esta forma sea parte de una educación normal. ¿Cuántas historias de la vida real pueden relacionarse con este pedacito de ficción?

“Somos diferentes, al igual que todos”

Desde la aparición del test de inteligencia desarrollado por Binet en Francia y su estandarización para todo el mundo, la inteligencia se mide para situarnos en el promedio o fuera de este. Con los manuales de diagnóstico, clasificamos a las personas por la sintomatología que presenta, resaltando – fatalistamente- las consecuencias negativas que tendrán en el futuro, como por ejemplo el síndrome de Down, el autismo, la esquizofrenia, el retardo mental, TDHA, entre otros. Todas etiquetas que engloban carencias o excesos que los sujetos padecen, un gen de más o un coeficiente intelectual por debajo de lo normal; sin embargo, nos olvidamos que toda moneda tiene dos caras, que los aspectos positivos también salen a flote si es que observamos con los ojos bien abiertos. En este contexto, el concepto de neurodiversidad florece, enfocándose en que neuronalmente somos diferentes, y no carentes o insuficientes, superando la idea de que hay cerebros que no cumplen las características del promedio, y que son incompletos.

No pretendo negar la existencia de condiciones biológicas o enfermedades mentales que deben ser diagnosticadas y tratadas de manera idónea. Al igual que Thomas Armstrong (2012), busco proponer la idea de eliminar los estigmas que ubican a estas personas como seres inferiores, ya que no se debe perder de vista que al igual que quienes contamos con rasgos que nos hacen más normales, ellos también son personas porque tienen los mismos derechos humanos fundamentales que emanan de nuestra dignidad.

¿Qué es la neurodiversidad?

En setiembre de 1998, Harvey Blume publica en The Atlantic el artículo titulado “Neurodiversidad”. Es la primera vez que esta palabra aparece entre los académicos que estudiamos el cerebro, afirmando que este concepto es tan importante para la raza humana como la biodiversidad lo es para la vida en general. Este término lo acuña Judy Singer, quien siendo miembro de un movimiento que tutela los derechos de niños autistas, escribe “¿Por qué no puedes ser normal?”, señalando que el autismo es el resultado de la diversidad neurológica, de una variación natural del genoma humano, por lo que se podría considerar que las estructuras mentales resultantes de ésta no deberían ser concebidas cómo problemáticas (Armstrong, 2012), sino como formas alternativas y aceptables de la biología y la evolución azarosa del ser humano. Posteriormente, este concepto, se hizo extensivo a otras formas de diversidad del cerebro.

La neurodiversidad y la inclusión social

Un 15% de la población tiene alguna condición incapacitante, permanente o temporal, según la OMS (2011).

Desde la perspectiva jurídica, existen normas internacionales y vinculantes, que afirman, en su lucha contra la discriminación contra las personas con discapacidad, que estas tienen los “mismos derechos humanos y libertades fundamentales que otras personas; y que estos derechos, incluido el de no verse sometidos a discriminación fundamentada en la discapacidad, dimanan de la dignidad y la igualdad que son inherentes a todo ser humano” (CRPD, 1999).

De las premisas anteriores, podemos concluir dos elementos importantes. El primero, es posible que todos en algún momento de nuestra vida experimentemos una situación incapacitante que nos aleja de la normalidad; y segundo, que, a pesar de esta condición sobreviniente o innata, todos merecemos una vida digna, por el simple hecho que existimos más allá de la configuración accidental de nuestros genes, raza, o de la forma de nuestro cerebro.

A pesar que estas afirmaciones resulten evidentes, la realidad nos da un golpe, ya que, según la OMS (2011), son las personas con incapacidad las que tienen peores resultados sanitarios y académicos, presentan una tasa de pobreza altísima y obstáculos que no permiten su despliegue eficiente. Inclusive se ha llegado a extremos eugenistas, porque a pesar de que queda claro que con discapacidad o no, con diagnóstico o no, somos personas; algunos afirmarán que aquellos que no entran en el criterio de normalidad generan altos costes sociales, una carga para la familia, que no son productivos y son un fracaso evolutivo, llegando a sugerir la interrupción de embarazos si se verificara intrauterinamente la presencia de algún síndrome. Esta idea que aboga por una sociedad uniforme y en masa a lo another brick on the wall, es peligrosa al dejar de lado la idea de una sociedad diversa, donde los estilos de vida diferentes a los estadísticamente normales ofrecen una amplia gama de perspectivas únicas de vida y de potencialidades que enriquecen nuestro mundo, en lugar de empobrecerlo (Armstrong, 2012).

Es evidente que el problema de la inclusión social de las personas neurodiversas, no parte de ellos y las limitaciones de su condición, sino de las limitaciones que la sociedad tiene en su capacidad de incluir en su día a día a quienes son diferentes a lo estadísticamente normal.

Es necesario cambiar esta perspectiva, entender que todos somos diferentes de alguna y otra forma, que tenemos la suerte de que a nosotros no se nos note esta diferencia.


Referencias

  • Amstrong, T. (2012). El poder de la neurodiversidad. Paidós.
  • Blume, H. (1998). Neurodiversity. The Athantic, http://www.theatlantic.com/magazine/archive/1998/09/neurodiversity/305909/.
  • Convención Interamericana Para La Eliminación De Todas Las Formas De Discriminación Contra Las Personas Con Discapacidad, 1999. Guatemala.

 

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